«Cuando tiren tu puerta ¿cómo vas a salir?
¿con las manos detrás de la cabeza o en el gatillo de tu pistola?»
The Clash
Todavía sigues pensando en la primera obra de teatro que viste, en la que te hizo descubrir el mundo de las tablas y que fue lo que definió tu vocación. Desde ese momento supiste que tomarías el rol de Edipo a pesar de saber de antemano que siempre terminará arrancándose los ojos al comprobar la exactitud del oráculo. Piensas en ello durante tu viaje en microbus por entre parajes urbanos de pobreza que de vez en cuando iluminas con un “cadenazo” que oscurece el alumbrado público pero enciende la imaginación, los sueños de los insomnes y derrotados.
Mientras escuchas "Guns of Brixton" en el reproductor recuperado desde una multitienda con nombre de caballo enano, bajas dos cuadras antes de la Escuela de Gendarmería, la academia de formación de carceleros, tu objetivo.
Azufre, carbón vegetal, salitre, nitrato de amonio y pólvora negra comprimidos dentro de un extintor te acompañan en la mochila. No portas identificación alguna, no por seguridad, sino porque sabes que “un verdadero ácrata no tiene identidad, su rostro se diluye en el de todos los marginados”, como sueles decirlo majaderamente cuando en tardes de verano interminable discutimos con una lata de cerveza bien fría en la mano.
Cuando caminas entre seres grises, que luego de dejar sus puestos de trabajo se dirigen a realizar el inverso de tu recorrido, y la noche cae sobre la ciudad, acomodas como siempre en el bolsillo de tu chaqueta de mezclilla el Smith and Wesson con una bala en su interior, por si algo falla. En la esquina te parece ver al viejo dealer de antaño, al que dejaste de recurrir cuando te uniste al movimiento.
Algo se siente en tu mochila: suena el reloj despertador, aquel que compraste hace dos días en la calle… suena su alarma cuando sólo pasos te separan del portal de la Escuela. No debió pasar eso, nunca debió haber sonado. Sientes el ruido que ensordece mientras miles de monedas de bajo valor vuelan por el aire.
Ves a Edipo arrodillado frente a su destino, a Prometeo encadenado al alcance de sus ávidos buitres.
Tu revólver cae al suelo y se dispara su huérfana bala como pájaro enjaulado que alcanza su libertad.